martes, 27 de mayo de 2014

Sobre la libertad religiosa, todos defienden y argumentan.


Defensa de la fe y defensa de la Iglesia de Cristo

Por: Albeldarán.

Es común en el siglo XXI, que un sector de la humanidad aún tenga dudas de cuál es la Iglesia que Cristo, el Señor ha fundado. El es la piedra angular, es la piedra que fue desechada por los arquitectos y que ahora en el hoy de la fe de la Iglesia Católica, es el pilar fundamental que los une con el Padre eterno, quien es la misma persona en el Hijo y en el Espíritu Santo.

Esta piedra, como indica el apóstol San Pedro, está viva y que siendo desechada por los hombres, ha sido amorosamente acogida por el Padre (1 Pe 2,4-8). En el católico de hoy, que se esmera por conocer la Iglesia que fundó Cristo, entra a participar en la construcción y fortalecimiento del templo del Espíritu. Han sido llamados a participar de la Iglesia según y conforme sean sus caracteres y carismas sembrados por el Espíritu en sus vidas. Y son estos carismas, los que los ponen en una plena conversación con Dios.

La persona de Cristo se presenta en la vida del católico de muchas maneras.  Esta vida, es elegida para no perderse del camino; El, que siendo el camino, la verdad y vida, invita a reconocerle en el ego sum «Yo soy» para ser el Camino, la Verdad y la Vida y así poder en y a través de Él, ir al Padre. Por esta razón, no reconocer en Jesús, la obediencia de su mandato, pone al hombre en situación de desobediencia; con lo cual, es preciso entender que la desobediencia en la vida humana es la ausencia total de Dios. Un hombre puede hablar de algo y no conocer de lo que habla (Jn. 14,6).

Lo anterior, indica que para reconocer la Iglesia de Jesús, primero hay que reconocerle a Él. A Jesús se le reconoce en la fracción del pan (Lc. 24,30). Es decir, en vivir con plenitud los sacramentos, en participar alegremente del sacramento de la eucaristía. Jesús se ha querido quedar en presencia del hombre, que camina en su Iglesia, como pan vivo bajado del cielo, en todos los sagrarios del mundo. Porque si “ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre”.

Para descubrir este camino, el católico se deja instruir por el Espíritu Santo. Ahora, quien no permite la obra del Paráclito en su vida; es como lo dice San Pablo “si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe” (1 Cor 13, 1); de este modo, el hombre sin Dios es como un eco vacío recorriendo las montañas en un interminable abismo de la soledad. De esta manera, el Espíritu del Señor en la vida del cristiano, es amor; pero no un amor como lo da el mundo, sino, un amor trasfigurado en el rostro misericordioso de Dios y, este rostro, no es otro que el rostro amable del Hijo.

El reconocer al Hijo del Padre eterno, no solo es reconocer la misma Iglesia existente en el Antiguo Testamento; esta Iglesia, es una sola fundada por el ego sum (Dios), y es la misma que Jesús fundó; pero modificando radicalmente el pensamiento del hombre e invitándole a vivir con mas plenitud el amor de Dios y hacia Dios; es una invitación a ser testigo del amor de Dios y a testificar ese amor en la persona de Cristo.

Cuando se propone como duda por parte de esa minoría, que no ha reconocido con plenitud el amor; el mismo amor del que nos habla San Pablo en su Carta a los Corintios, se confirma su condición  de no obediencia al amor de Cristo y menos al amor del Padre. Lo que quiere decir que: la desobediencia los pone en una condición de enfrentamiento a la Iglesia de Cristo, mientras que quien se deja seducir del amor de Dios en la Iglesia que Cristo fundó, asume una posición de defensa o defenderla con amor y con entrega.

Si fuese a ser muy precisos, sobre cuando aparecen las denominaciones de estas minorías humanas que atacan a la Iglesia Católica, es necesario empezar por señalar algunas fechas partiendo del año de la rebeldía, hecho histórico que fue mal utilizado por quienes leen la historia de modo indebido, seguido al año de la rebeldía (1517) es bueno indicar los años 1830, 1863, 1870, 1901, 1926, todas estas fechas tienen su sentido y son estas fechas en las que hombres que no reconocen la Iglesia de Cristo, fundaron su propia comunidad y, que estando en desobediencia con el mismo Padre eterno y con la piedra angular que es Jesús, hablan de Él para atraer almas. Estas personas, que se dejan convencer y las que hacen el trabajo de sacar las ovejas del redil del Buen Pastor hacen que se cumpla fielmente el Evangelio de Mateo que señala: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!” (Mt. 23, 15).

Al anterior texto, es menester hacerle muchas preguntas ¿Quién es un prosélito? ¿Quiénes son los escribas y fariseos hipócritas en el siglo XXI? ¿Qué significa recorrer mar y tierra? ¿Qué significa hacerlo dos veces más digno de su condenación? Estas preguntas, conducen a señalar que quien toma una oveja del redil del Buen Pastor engañándola con enseñanzas que la conduzcan al aprisco y la confundan del camino de la verdad y del bien obteniendo como resultado la separación o el irse en contra de donde han aprendido a conocer quién es verdad y vida, lo hacen o mejor lo han transformado en un hijo del demonio, mucho peor de lo que eran antes y de lo que son quienes lo han instruido.

Por eso cuando un hermano, que significa: compartir la fe de la Iglesia fundada por Cristo; se separa, la Iglesia entera, ora por ese hermano para que encuentre el camino de la verdad y del bien. Es decir, el camino del amor de Cristo, para que nunca más deje de ser su testigo y manifieste en todo momento el amor de Dios.

La defensa de la Iglesia de Cristo se sustenta de modo concreto en las siguientes citas; citas que han sido mal interpretadas por los hermanos separados y esperados en la fe:

1. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. En Mt 26, 69-75, se encuentra en este texto bíblico la negación del Apóstol Pedro, hay que recordar que ya había sido anunciado por el mismo Jesús que sucedería esta negación.

“…Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo». Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé lo que quieres decir». Al retirarse hacia la puerta, lo vio otra sirvienta y dijo a los que estaban allí: «Este es uno de los que acompañaban a Jesús, el Nazareno». Y nuevamente Pedro negó con juramento: «Yo no conozco a ese hombre». Un poco más tarde, los que estaban allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Seguro que tú también eres uno de ellos; hasta tu acento te traiciona». Entonces Pedro se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre. En seguida cantó el gallo, y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente”.

Es este mismo texto el que los hermanos separados toman para decir que no es en Pedro como piedra y sobre él, es en quien se edifica la Iglesia (Mt. 16, 13-20), en quien se dan las bases de la Iglesia católica. Pero olvidan que el mismo Jesús le dijo a Pedro: “Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».” (Jn. 21, 15).

Sobre el texto de Pedro como piedra y base de la Iglesia, el Papa Benedicto XVI reflexiona lo siguiente:
“…nos presenta precisamente esta verdad fundamental de nuestra fe, sobre la cual se basan nuestras certezas y seguridades sobrenaturales: ¡Jesucristo fundó realmente su Iglesia y colocó a Pedro y a sus sucesores como piedra angular de la misma!: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo; y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. ¡Esto es lo que da fuerza y solidez a nuestra fe, y por eso nos proclamamos, con santo orgullo, “católicos, apostólicos y romanos”!

Este es un punto fundamental que, tristemente, niegan los hermanos separados, que se autodenominan “cristianos”– y que, dicho claramente– han abandonado la fe católica para pasarse a las diversas denominaciones protestantes.
En el Papa los católicos tenemos un punto firme y seguro de nuestra fe porque Jesucristo quiso edificar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. En sus enseñanzas y en su Magisterio pontificio hallamos una roca inconmovible de frente a los oleajes de confusión doctrinal que hoy en día se arremolinan por doquier, sobre todo en todas esas sectas que quieren asolar y engañar a los fieles católicos. En el Papa, en los Obispos y en los sacerdotes fieles –es decir, en todos aquellos que reconocen la autoridad del Romano Pontífice, siguen su Magisterio y transmiten sus enseñanzas– encontramos al mismo Cristo, Buen Pastor, que guía a sus ovejas a los pastos del cielo. ¡Escuchemos su voz, sigamos sus huellas, imitemos su ejemplo de amor, de santidad y de entrega incondicional para el bien de todos los hombres, nuestros hermanos. 
Que éste sea hoy nuestro compromiso: de vivir, defender y proclamar nuestra fe católica, en obediencia al Papa y a nuestros pastores; y, si Dios lo permitiera, también pedirle la gracia de morir por ella, como lo hicieron un día los cristeros y todos nuestros mártires. Que Dios así nos lo conceda y desde ahora proclamemos nuestra fe con nuestras propias obras.”
De cara a lo anterior, la justificación que invocan los hermanos separados de la fe, resulta fútil y sin sentido al decir que: por la negación que hace el Apóstol Pedro, afirman que esta, no es la Iglesia católica y por consiguiente, no es la Iglesia que Cristo fundó. Lo que no reflexionan es que Cristo antes de la negación de Pedro, ya había trazado en él, el ser piedra y que en él descansaría la obligación de  apacentar sus ovejas y las condujera por el camino la verdad y del bien.

2. Quien es nuestro señor, y a quien Él ha elegido. En Isaías 43,10. Se continua haciendo defensa y señalando que la Iglesia de Cristo es aquella que se mantiene en sus palabras y las conserva en su acción apostólica de vida y enseña a mantenerlas en el corazón de cada creyente.  En este texto encontramos lo siguiente: “Ustedes son mis testigos y mis servidores –oráculo del Señor–: a ustedes los elegí para que entiendan y crean en mí, y para que comprendan que Yo Soy. Antes de mí no fue formado ningún dios ni habrá otro después de mí. Yo, yo solo soy el Señor, y no hay salvador fuera de mí”.

Como es lógico, cada texto o versículo, hay que leerlo en armonía con los demás contenidos de la Biblia. No hacerlo, implica caer en imprecisiones contextuales. Por eso, cuando se le invita a un hermano separado en la fe a hacerlo, la respuesta salta a la vista no lo hacen y si lo hacen, caen en el mismo error de interpretación y mal entendimiento teológico.

Preguntémosle entonces al texto: ¿Quiénes son esos testigos y Quiénes son esos servidores? Si se sabe quiénes son a los que se refiere la primera pregunta entonces sabrá responder la que a continuación se formula ¿Quiénes fueron elegidos para que entiendan, crean y comprendan? Quien es Dios.

Las formulaciones anteriores, son claras como lo es el texto. Cualquiera que conozca un mínimo de Biblia sabrá que no se está haciendo referencia a los Protestantes en cualquiera de sus diversas denominaciones; menos a los que utilizan la denominación de ser cristianos que generan división y se separan con sus enseñanzas erróneas de la verdad; menos a los Anglicanos que confunden al creyente católico al usar las mismas doctrinas de la Iglesia católica; solo que, estas enseñanzas el anglicanismo, las acomoda para poder engañar y sumar adeptos. Es preciso enseñar y señalar que para ese momento histórico en el antiguo pueblo de Israel (entendiendo por Israel "Jacob") estas sectas, propias del protestantismo no existían (1517 es la fecha de la rebeldía de Lutero y nacen estas sectas después de 1830). En este terreno, se sustenta y se va mostrando por excelencia la antigüedad, tradición y fidelidad a Dios de la Iglesia católica. Es la razón errada en la que caen los hermanos separados en la fe, puesto que los elegidos según se conoce en Historia sagrada, no son los protestantes; sino que son: las doce tribus de Israel. Por esta razón, los hermanos separados en la fe solo enseñan mentiras y acomodan el texto bíblico para su conveniencia. Nuevamente en Mt. 23, 15 se afirma su condición de maleficencia.
3. El testigo fiel y la virtud. En He 1, 8 y Ap. 1, 5.  La gracia del Espíritu Santo sea derramada en quien cumpliendo las palabras del Señor, las conserva en su corazón. El creyente que se esmera por ser fiel a la Palabra del Señor, no solo entiende que mantener sus palabras es mantenerse en su voluntad. Esto, es lo que hace que un católico sea testigo del amor de Cristo en y conforme a la voluntad que Él ha dejado en el Evangelio. Jesucristo, ingresa a la vida del creyente cuando permite y cumple lo que el evangelista Juan catequiza al decir que: al recibir “…la fuerza del Espíritu Santo”  “descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra…” (He 1, 8). El mismo escriturista del libro del Apocalipsis al escribirle a las siete Iglesias señala: “…escribo a las siete Iglesias de Asia. Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de aquel que es, que era y que vendrá…y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. El nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén…” (Ap. 1, 5).

Como es común hay que preguntarle al texto y al espíritu del texto de los Hechos de los Apóstoles que es lo que quiere decir el autor al revelarse al evangelista San Juan. La primera pregunta que se indicara es ¿Que significa que Llegue al hombre la gracia y la paz? Ahora seguiremos haciendo un ciclo de preguntas para generar el mismo caos que surge cuando se arroja a una piscina llena de agua una gran roca ¿A quienes era enviada esa gracia y esa paz? ¿Qué significa la fuerza del Espíritu Santo? ¿Quién es el testigo fiel? ¿A quienes se refería Juan al señalar a Jerusalén, a Judea y a Samaría? ¿Qué quiere decir hasta los confines de la tierra? De otro lado, hay también interrogantes que se le harán al texto del Apocalipsis: ¿Cuáles eran esas Iglesias a las que el evangelista se refiere? ¿Qué significa hacer un reino sacerdotal?

Los anteriores interrogantes y muchos otros, se le pueden formular a los versículos que se citaron anteriormente. La cuestión es: si nos detenemos a responder cada una de ellas, sería casi que formular una investigación, por eso se dará respuesta de modo simple y de la manera más cercana a la verdad teológica.

En primer lugar, Jesús es testigo fiel, puesto que desde siempre El ha sido la Palabra; El ha sido el mensaje que Dios había querido dar desde siempre a la humanidad; El es el camino, la verdad y la vida; es el modo más hermoso de llegar al Padre; El es el Espíritu mismo de Dios; el Paráclito; el defensor. En segundo lugar, Es testigo fiel como lo señala San Pablo; porque, habiendo tomado la condición humana, menos en el pecado, fue siempre obediente al Padre eterno, lo honro en todo momento; y por eso, el Espíritu de Dios siempre estuvo con El (Ef. 6, 1-3). En tercer lugar, Jesús, Es Sacerdote eterno según el rito de Melquisedec (Salmo 110) es decir, que en Jesús se integra la gracia del Padre creador en el Hijo y en el Espíritu Santo. Su exclusividad tiene que ver en que todo lo que hace, y lo hace volcando hacia el católico su gracia y su paz.

En Jesús se haya la consagración de su Cuerpo y de Sangre y se transubstancia en pan y vino, este rito lo hacia Melquisedec al ofrecer al Padre, al Dios Altísimo, los mismos elementos de Pan y vino; solo que, en esta ocasión, Jesús es el Padre mismo, es el cordero de Dios que muere y resucita para la redención y salvación. Jesús no es un Dios de muertos es un Dios de vivos. Por eso los católicos tienen claro los momentos de la vida de Jesús.

En el crucifijo, el católico, vive su pasión y su muerte, y con ella, comparte su dolor y sacrificio por la humanidad. El cristiano toma la Cruz de Cristo, representada en la imagen sagrada, porque en ella, se encuentra el camino de la salvación. Y con la resurrección, Jesús vive en el corazón del creyente. Resucitar en Jesús significa: vivir su palabra, cumplir sus mandatos y sus sacramentos y además obedecer lo que El cómo evangelio viviente, mandó a hacer y cumplir. Por eso, Jesús es virtud, es el Espíritu mismo del Señor, es la fuerza que ilumina al católico, la fuerza que lo impulse a seguir adelante cumpliendo con fidelidad lo que él dejó como Evangelio. Vivir esta virtud, es caminar en y por la Iglesia que él fundó.

4. El verdadero fruto. Mt. 7, 16. En Mateo se encuentra una maravillosa teología del amor en el seguimiento a Jesucristo. El verdadero fruto es aquel que habiéndose dejado seducir por Jesús, sale deseoso a llevar su amor a los confines de la tierra sin alterar el mensaje. Cuando esto sucede, el mensaje corre veloz como una gacela libre que lo único que tiene por obstáculo, es el viento. Un árbol da fruto, cuando este, es moldeado por su agricultor. Y su dueño le orienta en la verdad. En una verdad sin tacha alguna, una verdad que no necesita ser lavada porque ha sido dada sin ser alterada. Ahora, puede un árbol dar frutos cuando su verdad ha sido alterada. La respuesta es sí. Lo que hay que decir es: que estos frutos, no son verdaderos y necesitan ser limpiados para que ingresen al molino del agricultor. Necesitan ser procesados o mejor ser instruidos en la verdad del Hijo del hombre; una verdad que cruza todo umbral y que es necesario saberla. Cuando este fruto verdadero se tiene sembrado en el corazón, sus frutos son la alegría del Padre; cuando no es así, el Padre mismo, manda obreros a la mies para que esta, no se pierda. Por eso, la expresión del evangelista es muy clara “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? (Mt. 7, 16).

Conforme a lo señalado anteriormente, es necesario preguntarse ¿dónde ha sido sembrado este fruto? La respuesta es muy sencilla: es un fruto que ha sido sembrado al ser puesta la primera piedra en la cabeza del Apóstol Pedro, para que como sarmiento  y portador  de la sucesión apostólica, acoja con fidelidad a todos los hombres que con buena voluntad desean seguir y ser testigos del amor de Cristo en la tierra. Por tal motivo, no pude señalar un hermano separado en la fe que la vid o Iglesia verdadera es la protestante, o la anglicana o cualquier otra denominación de hermanos separados; puesto que: solo esta vid, ha sido dada a Pedro su custodio, y es a este, y a los apóstoles, a quienes se les encargó  apaciguar a las ovejas. Con esta razón, los que se denominan pastores después de los 1830, no es el sentido de lo que Jesús el sumo Sacerdote, denominó como Buen Pastor. Ser pastor de la Iglesia de Cristo, significa renunciar a toda otra opción de vida; significa configurarse plenamente con El, no solo en la Cruz, sino en su resurrección. Ser pastor de la Iglesia de Cristo, es vivir su palabra, mantenerse en ella y conservarla en su corazón y alimentar el corazón de todo sarmiento que constituye la Iglesia de Cristo en el camino de la verdad y del bien; es decir, en Cristo mismo.

A la anterior cita bíblica, se integra armónicamente lo que dice el libro de los Gálatas: “Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás” Gl. 5, 22). Hay que indicar que los frutos son del Espíritu; por eso, es muy difícil que estos frutos, que siendo del Espíritu Santo, sean revelados al corazón de quien camina  por fuera de la Iglesia de Jesús, que es el mismo Espíritu. Estos frutos, como dice el Señor, son revelados solo a aquellos que mantienen su palabra; a los que reconocen en Jesús al Padre; a los que aceptan sus (en la boca de Jesús mis) mandamientos (Jn, 14, 21-26); a los que asumen la paz y la gracia del Señor, mas no la que da el mundo ((Jn, 14, 27-31a); a los que reconocen en El, la vid verdadera, y que siendo sarmientos y ovejas del Buen Pastor le siguen; a los que permanecen en El, El permanecerá en ellos (Jn, 15, 1-8); solo así, es posible ser y dar fruto abundante como verdaderos discípulos y testigos de Cristo.

5. La pureza por la palabra. Jn. 15, 1-8. Este evangelio como es natural, tiene un contenido Cristológico maravilloso. Juan durante sus catequesis al hablar de Jesús, será claro y preciso al referirse que significa quedar limpios al recibir la palabra del Señor.
Quedar limpio no es simplemente como lo hacen quienes se han separado del amor de Cristo; porque estar unido al amor de Cristo, no significa ser ni propiciar la división de la Iglesia que Jesús el Señor fundó.

Es común ver como se camina con una Biblia. Ahora hay que preguntar si aquellos que caminan con la Biblia en sus manos, cumplen lo que en ella se dice (hay que aclarar que los enemigos de la fe, tienen traducciones erradas de los contenidos bíblicos a fin de poder convencer al prosélito y sumar desobedientes a su causa) es decir: la pureza de la palabra como la indica el evangelista San Juan, enseñanza que no deja de ser sencilla.

Dicho de otro modo, Jesús es la vid, y el Padre eterno es el sembrador. La cuestión es, que estar en la vid, significa ser fiel y amar tanto a la vid como al sembrador. Un sarmiento, es tal, cuando sigue la fidelidad del Sembrador en el Hijo que es el dueño de la vid, por pura autoridad del Padre. Por eso, el leer meramente la Palabra y creer que ya se está salvo y limpio por esta mera acción de lectura, es un error en el que caen los hermanos separados en la fe. Puesto que: si en el pasaje de los caminantes de Emaus (Lc. 24)  estos discípulos, no reconocieron al Señor, hay que decir que ellos, que vieron morir a su Maestro, y fueron adoctrinados por el mismo Mesías, y no le reconocieron, tampoco le reconocerán todos aquellos que solo leen la palabra y no la cumplen o peor le imponen cargas a otros que ellos mismos no cumplen. Es limpio por la palabra aquel que la cumple, la vive y la aplica.

En Mt. 5, 48 señala: “Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”. En este pasaje, se nota o se muestra, la búsqueda de la perfección del creyente; esta búsqueda, se logra, cuando se entra en un estado de disposición, entrega e invocación del Señor y de las cosas del Señor. Solo así, es posible acercarse a lo que el Padre eterno quiere. Pues lo que el Padre eterno quiere, nos lo dejó como legado en la persona de su Hijo. Esta perfección, se adquiere uniéndose a la sucesión apostólica dada a la Iglesia católica; de esta manera, dirá “Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue curado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos alcanzar la salvación».” Este dialogo con el apóstol San Pedro, pone al católico en una posición de defender lo que se señaló en el inicio de este escrito. Es decir, es una invitación a caminar no como el fariseo que se cree limpio de pecado por leer meramente la palabra de Dios; sino a vivir y a tomar la aptitud y la actitud del publicado, esta actitud y aptitud no es otra que humillarse para ensalzarse (Lc. 18, 9). Conforme esta cita, los hermanos separados en la fe se consideran sin pecado como el fariseo. Pero: es posible estar sin pecado siendo desobediente al no estar configurados con la palabra del señor tal y como lo señalan los Evangelios. 

Finalmente, no es posible encontrar en dialogo alguno de la Biblia, y menos fundamentar que desde Jesús el Señor, hasta Russell, exista una Iglesia distinta a la Iglesia que fundó Cristo en la persona de San Pedro. De otro lado, un protestante o cualquier otra denominación de los hermanos separados en la fe, que al estar en desobediencia si no consideran bien las palabras de San Pablo, entenderán que sus enseñanzas están basadas en distorsionar el mensaje bíblico, y es en esta enseñanza errónea  que cumplen y confirman lo que se señala en Mt 23, 15.

De este modo San Pablo es muy claro al hacer ver que Cristo es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. El es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz”. Esta cita, ubica al creyente fiel en una condición de unidad y no de división, por esta verdad bíblica. Por todos los motivos antes expuestos, a los hermanos separados en la fe solo les queda regresar nuevamente a la Iglesia de Cristo el Señor, dirigida por el Papa Francisco.


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