“El
derecho a la felicidad
Escrito por: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Yo también tengo derecho a
ser feliz”
le oí decir a una mujer joven cuando se quejaba de los problemas
que había en su familia. Esta idea no es exclusiva de una chica, sino que
parece ser simplemente el grito, a veces desesperado, de mucha, mucha gente en
todas partes, y por principio, podríamos decir que este reclamo tiene cierto
fundamento, sin embargo, en este tema hay que hacer una observación fina, pero
muy importante.
Si yo tengo “derecho” a algo, es porque alguien tiene el deber de
cumplir con una “obligación” que corresponda a mi derecho. “A todo derecho
corresponde una obligación”.
Es decir que alguien, o alguna institución, tiene un compromiso de
darme aquello que yo exijo por Justicia. Lo cual nos lleva a plantearnos la
pregunta sobre ¿quién es la persona o institución obligada a hacerme feliz?
Como también habré de preguntarme: ¿Cómo, o con qué, me deben hacer feliz? No
parece que nadie tenga el compromiso de hacerme feliz como tampoco parece que
alguien esté obligado a cumplir mis caprichos en los que yo podría cifrar mi
felicidad, pues entre otras cosas, dichos requerimientos podría yo cambiarlos
varias veces al día, volviendo loco a quien tuviera dicha obligación.
Por lo cual concluyo que nadie tiene derecho a ser feliz, sino que
todos tenemos derecho a luchar por ser felices, y el mundo entero, es decir
todas las personas de este planeta, están obligadas a respetar mis esfuerzos
por conseguirlo, o en otras palabras, nadie tiene derecho a impedírmelo, lo
cual es muy distinto.
En el tercer párrafo la declaración de Independencia de los Estados
Unidos de América, firmada el 4 de julio de 1776 leemos: “Consideramos que las
siguientes verdades son evidentes: 1º. Que todos los hombres son creados
iguales. 2º.
Que les han sido otorgados por su Creador ciertos derechos
inalienables, entre ellos: la vida; la libertad, y la búsqueda de la
felicidad”. Es decir, que quienes redactaron aquel documento tenían muy claro
que los individuos no tienen derecho a la felicidad, sino a la búsqueda de la
felicidad.
Pero también es cierto que la vida del ser humano tiene unas
reglas, como todo juego, y en mi búsqueda y esfuerzo por alcanzar mi felicidad
yo no tengo derecho a romper dichas reglas, pues, de forma directa o indirecta,
estaría haciendo daño a otros, y mi derecho termina donde comienza el de los demás.
Así por ejemplo, yo no tengo derecho a casarme con una mujer que ya
esté casada con otro, como tampoco tengo derecho a vivir en una casa que no es
mía, o la tengo legítimamente alquilada. Pensemos en aquellos curiosos casos en
los que el esposo o la esposa, (o el novio o la novia, da lo mismo) se queja
con su pareja de no ser feliz, cuando con gran desconcierto, la otra parte les
dice: “Pero si yo te amo, y te lo demuestro”, y responden: “Sí, ya lo sé, pero
aun así no soy feliz”.
Es decir son esos casos que rayan en lo enfermizo, donde ni
siquiera la persona insatisfecha sabe qué es aquello que necesita.
Indudablemente estamos metidos en un problemón, pues, querámoslo o no, la
felicidad en esta vida es subjetiva y además, necesariamente incompleta.
Hay quienes han alcanzado la satisfacción de sus anhelos con muy
poco, y a otros en cambio, no se satisfacen con nada.
Pienso que en todo ello está metida una peligrosa cadena de vicios
como son el egoísmo, la falta de un sentido trascendental de la vida, el consumismo,
el orgullo y la vanidad. Otros aún son casos más tristes, pues se trata de
personas que no saben dejarse querer, lo cual en ocasiones, está motivado por
una baja autoestima. Otras veces obstaculizamos la felicidad por negarnos a
perdonar.
Ante lo dicho aquí queda claro que el sólo decir: “tengo derecho a
ser feliz” no arregla nada. Por lo tanto, quizás en algunos casos convenga
hacer un replanteamiento de nuestro proyecto de vida, para tratar de determinar
con la mayor claridad posible, por dónde habremos de buscar esa dicha. Los
invito a pensar en ello.
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